El mirlo acuático es el habitante, por excelencia, de los ríos de montaña. Su alimentación, basada en diferentes clases de invertebrados acuáticos, hace que sólo pueda habitar corrientes muy bien conservadas; por lo general, cursos de aguas rápidas y bien oxigenadas. La mayoría de las veces únicamente alcanzaremos a ver un pequeño proyectil oscuro volando a ras de agua tras escuchar un reclamo metálico. Si tenemos la suerte de observarlo mientras se alimenta nos maravillará su capacidad para sumergirse en las gélidas aguas del torrente más vivo y andar de forma inexplicable sobre su lecho rocoso (parece ser que el empuje de la corriente sobre su dorso arqueado es el artífice de esta magia).
Quizá porque en mi corazón está asociado a lo más salvaje y puro de la montaña es, desde hace muchos años, una de mis aves favoritas. No se puede decir que sea un ave especialmente llamativa pero sí tiene, para mí, la elegancia de la discreción. Esa combinación de tonos pizarra y matices satinados de las plumas del dorso y las alas contrastando con la bandera blanca de su pecho son mi debilidad.
Aunque hace ya bastantes años (durante las primaveras de 2009 y 2010) dediqué bastantes horas a fotografiarlos escondido en un hide, cada vez que me encuentro con uno no puedo resistir la tentación de sacar el teleobjetivo y arrastrarme cuerpo a tierra hasta la orilla del río. En esta ocasión dí con un individuo más confiado de lo habitual que me brindó un rato de disfrute y la oportunidad de hablar de él en este blog.
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Mirlo acuático (Cinclus cinclus), río Jarama, sierra del Rincón |
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Larva de tricóptero, uno de los alimentos habituales del mirlo acuático |